Dulce y salvaje


     En el mismo instante en que abrió la puerta, Derek escuchó el apacible sonido que provenía de la ducha y una sonrisa ladeada asomó a sus labios. Se acercó en silencio y se apoyó en el marco de la puerta, contemplando embelesado la belleza etérea del delicado cuerpo femenino. Sin que Dhiana se percatara de su presencia, acortó la distancia que los separaba y no pudo reprimir el impulso de acariciar su espalda con suavidad, siguiendo el rastro de una gota perezosa. Ella alzó la cabeza entre sorprendida y asustada y se giró con rapidez. 

—Has llegado temprano —lo saludó, concediéndole una tímida sonrisa.

—Hemos cerrado antes —contestó Derek.

     Acarició la delicada línea de su cuello y descendió por su hombro desnudo con el suave tacto de una pluma. Le retiró el pelo mojado del rostro y observó con preocupación las profundas ojeras que deslucían su dulce mirada azulada: había tenido otra de sus pesadillas. 

     Rozó su mejilla y la miró a los ojos, unos ojos que nunca dejaban de mirarlo con amor. Observó fascinado cómo Dhiana se pasaba la punta rosada de su lengua por el labio inferior, un gesto en ella que resultaba inocente y que provocó un doloroso y placentero latigazo directo a su entrepierna. Lo sacudió el apremiante deseo de besarla y descendió hasta su boca entreabierta. Apresó su labio inferior y tiró de él con suavidad, después apresó su boca y recorrió su interior sediento por saborearla.  

     Atrapó su cintura y la pegó a su cuerpo sin importarle en absoluto que su ropa pudiera mojarse. Suspiró ante el embriagador aroma de su piel y acarició su espalda, delineando con la yema de los dedos su columna. Extendió despacio la caricia hacia la curva estrecha de su cintura, la redondez perfecta de sus caderas y descendió hasta sus nalgas con dolorosa delicadeza.

     Retiró su boca hambrienta de la dulce ambrosía de sus labios y recorrió su cuello, lamiendo cada gota de agua que descendía indómita, dejando un reguero de pequeños mordiscos hasta llegar a su pecho. Lo rozó con la lengua, lo besó y lo lamió hasta que un gemido brotó de su garganta y su cuerpo se arqueó pegándose más a él, intentando prolongar el placer salvaje que sus labios provocaban en ella.

     Las manos de Dhiana lo aferraron por el lacio cabello oscuro crecido hasta los hombros y lo separó de su presa. Ansiosa por sentir su piel bajo el tacto de sus dedos, descendió por la musculosa espalda del único hombre capaz de avivar sus sentidos, inquieta por llegar al obstáculo que suponía la camiseta negra que llevaba esa noche y sacarla a tirones de los pantalones. La subió con desesperación por el amplio torso y la sacó de un solo tirón por la cabeza. Se le cortó la respiración ante la belleza atlética de su hombre, magnífico e irresistible, salpicado por las pequeñas gotitas que caían desde alcachofa de la ducha. Acarició sus hombros anchos y fuertes y recorrió su pecho sin rastro de vello, trazando uno a uno los marcados abdominales que sus dedos tan bien recordaban y los arañó suavemente con las uñas, provocándolo hasta hacerlo suspirar profundamente. Siguió el ardiente recorrido por su estómago hasta llegar a la cinturilla del pantalón y aflojó el cinturón.

     Derek cerró los ojos y se dejó llevar. La dejó continuar con su juego cruel e impasible, impaciente y anhelante por comprobar hasta donde iba a ser capaz de llegar. Dhiana, atrevida y excitada como no lo estaba desde hacía semanas, metió la mano y jugueteó distraída con los dedos sobre el triángulo velloso que crecía hasta su entrepierna. Se mordió el labio inferior cuando sacó el botón del ojal y bajó la cremallera del pantalón con firmeza, permitiéndole un mejor acceso a su mano ansiosa por sentir la erección que momentos antes había golpeado contra su cadera. Disfrutó de la conocida sensación de sentir cómo se endurecía más y más bajo la atenta atención de sus dedos y eso la hizo sentir sexy y atrevida de nuevo.

     Derek abrió los ojos, los músculos de su cuello se marcaban tensados por el control que intentaba mantener por ella. La sujetó por la barbilla y alzó el delicado rostro femenino. Tenía las mejillas sonrosadas, los ojos sin rastro de dudas y los labios rojos e hinchados. Y él deseaba perderse en ellos otra vez. Iba a atraparlos cuando Dhiana lo detuvo posando una mano sobre su pecho mientras que con la otra tiraba de su pantalón y lo bajaba hasta las caderas.

     Sin poder resistir más la tortura de sus caricias, Derek soltó un gruñido hambriento y consiguió quitarse lo que le quedaba de ropa para meterse de inmediato con ella bajo el rociador. La levantó del suelo sujetándola por las nalgas y la apoyó contra la pared. Esperó unos segundos, aguardando su aprobación, y ante el leve gesto de asentimiento de ella, invadió lentamente su intimidad.

     El calor se derramó por su cuerpo y arrasó con todo, llevándose de su mente los restos de la horrible pesadilla. Las piernas le temblaron, y si no llegar a estar sujeta firmemente entre el poderoso cuerpo de Derek y los azulejos, podría haber caído al suelo en cuanto sus dedos se abrieron paso entre los pliegues de su sexo y acariciaron ese femenino y delicioso botón secreto. Se arqueó en respuesta, frotándose deliberadamente contra la mano de su amante, y no pudo reprimir los gemidos que escaparon de sus labios cuando penetró con sus largos dedos la húmeda calidez de su interior.

     Se sorprendió por la forma en que su cuerpo respondió a sus caricias, como si tuviera vida propia y hubiera nacido para ello. Se aferró a su cuello con fuerza cuando Derek aceleró los movimientos de sus dedos para después relajarse entre sus brazos bajo el influjo de la acompasada cadencia con la que deseaba satisfacerla. Impaciente, se movió con decisión contra sus dedos, dispuesta a saciar esa necesidad apremiante que exigía y prometía el éxtasis de la liberación. Lo obligó a permanecer ahí hasta que su cuerpo se tensó y el primer atisbo de placer sacudió su vientre. Apoyó la cabeza sobre su hombro y dejó que la culminación llegara a todas sus terminaciones nerviosas sin poder reprimir el grito ahogado que acudió a sus labios.

     Su cuerpo se relajó finalmente, y esta vez sí era sostenida por él, que todavía la abrazaba por la cintura con un brazo mientras su espalda reposaba contra la fría pared. Intentó moverse, pero la mano de Derek aún permanecía acomodada plácidamente entre sus piernas.

—No te muevas —le susurró, con la voz tensa.

     Dhiana esbozó una media sonrisa ladeada, y esperó unos segundos a que Derek se enderezara, después se soltó de su abrazo, le recorrió la mejilla rasposa con los dedos y lo asió de la mano, resuelta a complacerlo.

—Ven —le instó, guiándolo hacia la habitación.

     Mientras Derek andaba de espaldas, miró su sexo, todavía erecto, y sonrió más atrevida. Cuando los muslos de él chocaron con el borde de la cama, lo empujó para hacerlo caer y se colocó encima. Cogió su miembro entre sus manos y lo frotó, arriba y abajo, suavemente.

—Oh, Dios, Dhiana…

     El susurró ahogado de Derek la hizo reír y cuando sintió sus manos fuertes sobre su trasero, guiándola hacia su palpitante miembro, lo dejó hacer y se deslizó lentamente, acogiéndolo en su interior. Comenzó a moverse con suavidad, adaptando sus movimientos a los de su amante, en una perfecta danza salvaje de cuerpos entrelazados. Deseaba besar su cuello, saborear su piel, necesitaba sentirlo palpitar en sus entrañas.

     Sus movimientos se intensificaron ajustándose a los de Derek, buscando de nuevo el ansiado clímax final, que no tardó en llegar y los dejó saciados, agotados y abrazados sobre las sábanas mojadas.

     Derek se giró y la atrapó entre su cuerpo y la cama. La miró a los ojos y la besó de nuevo con ternura; parecía tan frágil. La abrazó por la cintura, intentando protegerla de sus miedos y temores con su propio cuerpo y le susurró con dulzura al oído. Lo último que Dhiana sintió antes de dormirse fue la delicada cadencia de los dedos de su amante y la brisa suave que entró por la ventana. Derek sintió su respiración acompasada por el sueño y se durmió, pensando en lo afortunado que era por tenerla de nuevo.





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