Salvaje


  El frío me despierta y siento un dolor atroz en el lateral derecho de mi cabeza. No recuerdo haberme golpeado, pero ha debido ser con algo grande. Intento abrir los ojos, pero se niegan a colaborar, parece como si mis parpados hubieran sido pegados. «¿Qué clase de sádico es capaz de hacer algo así?». La aterradora idea se cuela en mi mente y empiezo a hiperventilar. Lo intento de nuevo y, tras un esfuerzo titánico, consigo parpadear un par de veces. Suspiro aliviada, aún conservo intactos mis ojos, y mi increíble olfato, que es de lo más inoportuno. El olor a tierra mojada me satura las fosas nasales, acompañado de algo más que procuro no indagar.

La lluvia me golpea suavemente el rostro, persistente e insensible, como si de una infame tortura china se tratara. Intento incorporarme, pero no puedo. Mi cuerpo tampoco quiere cooperar. ¿Es posible que haya engordado en las últimas horas? No debí pedir extra de patatas fritas, me siento como si pesara más que el camión de la basura. En realidad, me siento como si fuera todo el maldito vertedero.

Tras unos larguísimos segundos y tirando de mi escasa fuerza de voluntad, consigo sentarme. ¡Dios, cómo me duele la cabeza! Me toco la frente y tengo un chichón del tamaño de una pelota de tenis. Me levanto despacio, intentando evitar que el mundo gire bajo mis pies y miro alrededor. 



¿Quieres saber cómo  ha llegado hasta ahí?

Si te ha gustado, ¿por qué no compartes?
¡Gracias!