Sombras Oscuras


  La noche caía sobre la ciudad como un manto oscuro y peligroso, acariciando cada uno de sus rincones plagado de sombras. Esa noche, como tantas otras, había salido buscando sangre, la de sus enemigos a ser posible. No había nacido para eso, pero se había visto obligada a hacerlo. Y había descubierto que le gustaba… Un extraño y dulce placer que recompensaba la multitud de heridas con las que a veces volvía a casa. Cansada, sudorosa… y sobre todo, débil. Obligada entonces a descansar durante un par de días, recuperándose.

     La sangre que derramada calmaba esa ansiedad que la poseía cada vez con más frecuencia y a la que se negaba a dar rienda suelta. No quería ser como ellos, y tampoco podía ni debía permitir que le hicieran a otra víctima inocente lo que le hicieron a ella, condenándola a la noche, anclándola a la oscuridad de por vida.

     Sentenciada hasta que decidiera ponerle fin a su existencia, un pensamiento que no descartaba y que a veces rondaba su mente. No sabía cuánto más podría resistir antes de sucumbir como ellos. 

     Esa noche, como tantas otras, había seguido un rastro, le era fácil localizarlos, como si tuviera un radar que la conducía irremediablemente hacia ellos. Acabó en un local de mala muerte, un tugurio a las afueras de la ciudad, con una iluminación tan pobre, que ni los bichos se atrevían a volar alrededor de la tenue luz de la única farola que iluminaba la zona de aparcamientos. Parecían tener una fijación casi enfermiza por antros como ese.



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